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The Killers: no hay más cera que la que arde

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Hace cinco noches me hallaba yo en medio de un campo de rugby de la Complutense cantando, saltando y gritando como una posesa durante los 90 minutos exactos que duró el concierto de The Killers en el DCode. En mi cabeza, dos preguntas: cuándo demonios me había aprendido yo todas aquéllas canciones y cuándo y por qué me había desenganchado yo de The Killers. La respuesta a la primera pregunta es obvia: cuando salió Hot Fuss (2004) lo quemé. Y a día de hoy si me lo pongo lo sigo disfrutando, a pesar de sabérmelo de memoria. No sé si cegada por el primero o porque realmente era bueno (lo volví a escuchar hace unos días y creo que era muy buen disco), pero también le dí varias vueltas a Sam’s Town (2006). El desencuentro empezó a llegar con Day and Age (2008). Sí. Aquello ya no me olía bien. No funcionaba. El desmesurado éxito que cosechó me echó más para atrás. Pero la ruptura definitiva llegó cuando escuché el disco en solitario de Brandon Flowers. Lo habría matado. No tengo más que decir. Asumí que The Killers y yo habíamos acabado.

Pero claro, llega este verano, llega el cartel del DCode, que me pilla al lado de casa, llega el primer single del nuevo disco y… señora, no suena tan mal. Qué demonios, incluso hay gente que dice que The Killers han vuelto la vista hacia Sam’s Town. Oh Dios mio, pocas cosas me harían tan feliz. Así que se prende una pequeña esperanza en mi corazón. El sábado en el concierto de The Killers lo doy todo. Consciente de que es un concierto de himnos, sí. Claro, sabiendo lo que es. Si hubiera querido otra cosa me habría ido a ver a Bob Dylan, no entiendo a quienes tacharon el concierto del sábado de superficial y aborregante: como si The Killers fueran Leonard Cohen, no te jode…

En fin. Que el sábado yo tenía fe en Battle Born. Pero descuiden, que se me ha pasado rápido. Y muy a mi pesar. Empieza fuerte, con la que ya se dice que será el nuevo Human, Flesh and Bone, efectista, carne de DJ… pero también desesperantemente pegadiza. No me parece una mala canción. Sí, facilona, rimbombante y algo repetitiva pero, de nuevo, estamos hablando de The Killers: no me parece tan descabellado. Aunque, obviamente, este tema no es más que un pálido y happy-power reflejo de cualquiera de los temas de Hot Fuss. Pero venga, no nos pongamos picajosos.

Para que duela un poco más, la cosa sigue con el single, Runaways, que sonó magnífica en directo: una canción trepidante, esperanzadora, con más gancho que calidad pero que, de nuevo, es capaz de mover a las masas. Y a partir de aquí el disco cae. No apetece seguir oyéndolo. Mucho menos volver a ponerlo. Todas las canciones suenan iguales. Incluso se pierde la tan consabida épica de The Killers: han escuchado mucho a Bruce Springsteen últimamente, me da la impresión, pero no han permitido que les resuene lo que escuchan dentro. The Killers siempre absorbieron perfectamente sus influencias, las dejaron hacerse grandes en su interior y nos las devolvieron magnificadas por su tan conocida épica. Esta vez ha fallado: los temas suenan deslucidos, sosos y ni siquiera son pegadizos. Deadlines and Commitments, por ejemplo, suena a algún tema rescatado de algún polvoriento baúl de los 80, pero no a ellos. La gran parte del disco sencillamente aburre a las ovejas y no merece demasiadas escuchas.

En ese mar de canciones indistinguibles tal vez se salve un poquito Miss Atomic Bomb, pero probablemente sea por lo mucho (demasiado, por momentos) que se parece al Forever Young de Alphaville que, precisamente, The Killers versionan en su actual gira. From Here Out Now fusila descaradamente las fórmulas de rock rápido y poco reflexivo del Boss, pero les falta talento para que dichas recetas suenen bien. Solo al final la cosa parece que remonta: Be Still es una balada bastante bonita, aunque recuerda más a Coldplay que a los Killers del Jenny Was A Friend Of Mine. Al final, un lejano destello: la canción que da nombre al disco, Battle Born (y que es en teoría la última, aunque no en la versión deluxe) capta un poquito mejor la esencia del rock clásico de los 80 pero, esta vez sí, resuena mejor: el estribillo es excelso, se amplifica y crece. Hace justo lo que no hacen las demás canciones, esto es, que la épica no suene a impostado pastiche. Y, por una vez, las guitarras salen de su aturdimiento y acompañanan a la voz de Flowers haciendo florituras casi en igualdad de condiciones. Suena realmente magnífico.

Pero no hay más, no queda tiempo, el disco se acaba y te encuentras que, de 12 canciones, merecen la pena 4. Y ninguna de ellas le llega a las rodillas a ninguna de las que aparecen en Hot Fuss ni en Sam’s Town. No, The Killers ya no dan más de si. Aún son capaces de tirar del talento que desplegaron hace diez años y dar un conciertazo divertidísimo. Pero no se puede esperar más de ellos. El talento juvenil y canalla se ha esfumado con la edad, y no parece que la madurez les lleve a hacer nada distinto que las demás bandas llenaestadios de esta década. Una pena. Pero es lo que hay.

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